lunes, 8 de abril de 2013

Tarea

Dos veces al día.


Hace muchos, muchos años, alguien me dijo que la vergüenza no sirve de mucho. Y ahora, muchos, muchos años después, le doy la razón.

Cuando yo iba en quinto año de primaria, mi madre fue a la escuela, no recuerdo a qué, pues realmente fue en pocas ocasiones. Aprovechó para hablar con mi profesora. Dicho sea de paso, esa profesora si me caía bien, era entretenida, yo no me aburría en sus clases; pero siempre terminaba mis tareas antes que los demás y me dedicaba, entonces, a distraerlos. En la plática y sin venir al caso, a mi madre se le ocurre contarle a la profesora, que a mi no me gustaba bañarme. En ese instante quise refutar la ley de la conservación de la materia, quise desaparecer de la faz de la tierra.  Creo que me puse de todos los colores, sentía las orejas rojas del coraje que me dio que a mi mamá se le ocurriera contarle semejante intimidad a la profesora, como si ella nunca hubiera dejado de bañarse algún día.

Puedo decir, desde el fondo de mi corazón, que a partir de ese día odié a mi mamá por algunos días más. También puedo confesar con toda franqueza, que desde entonces, soy una sinvergüenza que se baña hasta dos veces al día.

No hay comentarios: