jueves, 3 de octubre de 2013

5 K

 Corrí mi primera carrera. Cinco kilómetros, fue muy satisfactorio, de entrada por que terminé la carrera, seguido por que mejoré mi marca, seguido por que me di cuenta, otra vez, de que la mente es una hija de la chingada. Me explico: Antes de los dos kilómetros, ya me andaba rajando. Pensaba mil y un pendejadas de lo más absurdas que se pueda Usted imaginar. A esas alturas pensaba: “Pura madre que me rajo, no van ni dos kilómetros Alejandra, no mames!”. Y seguí corriendo. Cuando llegué a los tres kilómetros, me sentía a toda madre, pero nomas escuché que eran cuatro kilómetros, me empezaron a doler las piernas, el chamorro, que le llaman. Me quiso dar un calambre, pero no me dio. Pero el colmo de la chingadera fue que antes de los cien metros para llegar a la meta, me dio un bronco espasmo. Yo no soy asmática ni alérgica. Cuando empecé a respirar haciendo un silbido me dije a mi misma: "Déjate de chingaderas, si tú no eres asmática ¿qué pedo con ese silbido? Respiras por la nariz y terminas la carrera, no se hable más".

Cuando terminé la carrera me di cuenta de que la carrera fue contra mi mente, nada ni nadie más. Mi respiración se regularizó casi de inmediato. Tomé agua y jugo, me estiré, me hice güey un rato y me fui.

Si así fue para una carrera, ¿Cómo será para situaciones bifurcantes y tomas de decisiones y esas cosas de gente grande?


Prometo no olvidar.