martes, 16 de abril de 2013



Hace un año regrese a vivir a mi casa, después de haber tomado la decisión más difícil de mi corta vida: Separarme del hombre que amaba con cada célula de que estoy hecha. Yo ya no era feliz y nadie a mi alrededor seguramente podría serlo. Fue lo más doloroso que he sentido. No hay dolor de muela, ni de cólico,  ni de muerte de mi padre que se le compare. Puede llegar a ser incomprensible lo que escribo, pero todo me dolía  A un año de aquel día  veo que la vida me ha puesto donde tengo que estar, después de haber aprendido lo que tuve que aprender. Fueron de esas lecciones que con sangre entraron. En ocasiones me sentía en el suelo y como si entre varias personas me agarraran a patadas con botas de punta de casquillo. Después de varios días me levantaba y los moretones no se iban, con el afán de que no olvidara la lección.  Poco a poco fui rescatándome,  hasta el día de hoy en el que puedo decir que a pesar de todo, sigo creyendo en el "felices por siempre", en el amor para toda la vida. Ahora más que nunca sé que el amor que yo quiero no es la adrenalina de los tres primeros meses, que tan bien ha sido documentada por neurofisi
ólogos (casualmente esos estudios llegaban a mis manos). Si no ese de a deveras, recíproco, que magnifíca, que enaltece, que suma, que incluye, que me pinta una sonrisa de estúpida en la cara nomas por que si.

Si, tengo un chingo de miedo. Pero el año que hoy empieza es como mi graduación de la universidad. Me muero de ganas de aplicar lo que aprendí.

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