viernes, 15 de junio de 2012

Duelen los parpados y la frente, los lóbulos de las orejas, la mandibula, el tabique nasal. El chacra del corazon parece que va a reventar.

Duele el esofago y las piernas y los pies.

Duelen los planes desbaratados. Duele la tristeza de seis meses. Duelen los insultos, los desplantes, la esperanza de una caricia, el amor que fué inutil.

Duelen las sienes. Duelen las pestañas. Hasta el pelo me duele. Los dientes, duelen los dientes.

Fin, por favor.

miércoles, 13 de junio de 2012

El tiempo pasa....

Que asquerosamente nostalgica es la musica de los Hombres G. Tenía muchos años que no los escuchaba. Y las letras tristísimas, o bastante idiotas. Si el objetivo era deprimir a la raza, seguramente lo consiguieron.

Estos detalles me avisan que he cambiado.

Me gustaban ellos. Y ahora que los he vuelto a escuchar no puedo quitar la cara de asco.

jueves, 7 de junio de 2012

Hoy es un buen día.

Por que se me da mi chingada gana.

hdspm

- Una pared blanca.
- ¿Así nomás?
- Si, así nomas.
- No puede ser, ¿Una pared blanca y ya? Tuvo que haber algo más. ¿Blanca?
- Si, una pared blanca.
- No manches.
- Una pared alta, de bloque, pintada de blanco.
- ¿Ya ves que no era así nomás?

lunes, 4 de junio de 2012

Juro que ví a la planchada


Hace muchos años, por una razón que desconozco, mi mamá nos llevaba al hospital del issste. Ahi nos encontrabamos con mi tía Vicky, no sé para qué. Ahora, más de treinta años después, parece que el tiempo se detuvo en ese hospital. Ningun tipo de modernidad ha llegado; tal vez lo único nuevo sean los celulares de los trabajadores. Hasta los lápices y los trapeadores se ven viejos.
Tenía cita y llegué temprano, así que me fuí a dar una vuelta por donde no estuviera prohibido. Los pisos son iguales, las paredes estan teñidas con el mismo color gris rata que le da cierta tenebrosidad al lugar. Por azar terminé en el área de hospitalización. Un buenas tardes al guardia me abrio el acceso. Lo que hace una sonrisa. Que tal que voy derechito a asesinar a alguien y el hombre ni en cuenta. La lugubridad de los cuartos se elimina con la luz que entra por las grandes ventanas, parece que es lo único que salva al paciente de morir de depresión.  Los cuartos estaban con paciente en cada cama. Enfermeros y medicos ausentes. Al parecer era un ala tranquila.
Recuerdo que mi tía Vicky nos contó una vez, que era la única enfermera en toda la sala durante el turno nocturno. Para variar, todas las camas ocupadas. Pasadas las doce de la noche, empezaba ella su ronda para dar medicamento a sus pacientes. Al acercarse al primer paciente adormilado, lo trata de incorporar y él le dice que ya vino la otra enfermera y le dió sus pastillas. Mi tía se quiso vomitar. Cómo era ella, no la ví bien, le contestó el paciente, pero traía un gorro muy raro, como con alas.
Eso se me quedó grabado.

¿Qué hace una enfermera con gorro con alas, en pleno dosmil doce?


(resultado de una noche de insomnio)

domingo, 3 de junio de 2012

re pensando el anterior

(me da más miedo llegar a vieja y estar en el lugar equivocado y con la gente equivocada. En ese caso, ser bueno es inutil. La vida sigue.)

Hecha un asco.

viernes, 1 de junio de 2012

(todavía no pasan 12 horas del primer día de Junio y ya pinta re-bien. Lo sabía que sería mejor.)


¿Será que por ser viejos nos permitimos ser impertinentes? ¿Por haberlo aguantado todo? ¿Sufrido todo? ¿Quién nos manda a aguantar y sufrir nada? ¡A la chingada!

Daba la bienvenida el director de orquesta, solemne y colorado y regordete él, dijo algo que no se escuchó (prefiero a García Barrios con su flaca fealdad). La señora envuelta en una sutil elegancia se levanta y le hace la seña de que no se le escucha. Por allá otra señora le grita, leyó usted bien, le grita que no se oye. Al director le vale madres, continua su discurso unos segundos más, se da la vuelta y empieza el concierto.
Me dió miedo llegar a vieja y convertirme en una señora impertinente, de esas que manejan de la chingada, super despacio en plena vía rapida en el carril de enmedio: Voy derecho y no me quito. Es encabronante.
La Lupe no llegaba a los 55 años y se creía con derechos de anciano, tales como estacionarse para la fregada, manejar despacio, hacer pendejadas con disculpa, y así un monton de situaciones que nos hacían reflexionar al respecto. Será que al llegar a su edad haremos lo mismo, pensabamos en voz alta y en grupo. Ni madres, dijo el Fernando, mi jefe no es tan guey y tiene setenta. La consigna fué no disculparle sus pendejadas, pero con todo respeto. Y poco a poco entró al carril, a veces enmulada, a veces aceptando su error. La vida le cobró altos intereses a los pocos años. De ese cargo nadie nos salvamos.