lunes, 20 de octubre de 2008

las cuatro

- ¿Qué traes debajo del abrigo?
- Lo necesario para hacerte suspirar, contesté al subir al auto. Y con esa respuesta le regalé a Carlos una notoria y dura erección que le hizo cerrar los ojos por unos segundos. Tuvo que abrirse el cierre del pantalón para liberar la presión que le había provocado.

Atravesábamos la vía rápida poniente que nos llevaría a un nido de amor rentado. En el cielo aparecían una mezcla de rojos y naranjas. Al ver semejante postal que el firmamento nos regalaba, calculé que teníamos el tiempo suficiente para cumplirle una de sus fantasías: Hacerle sexo oral mientras manejaba. Cuando Carlos sintió mis labios liberar la presión que lo distraía del camino, desaceleró y se cambió al carril de la derecha para disfrutarlo por más tiempo. Al pasar la caseta de cobro, me incorporé en el asiento, justo a tiempo para ser testigo del derrame blanco y caliente.

Ya en la habitación y con el auto aún encendido, Carlos pudo constatar lo preparada que me tenía para continuar con lo que él propusiera; sus expectativas eran muy altas y yo no pondría freno a sus sugerencias.

- Baja del auto – me ordenó Carlos después de provocarme los primeros gemidos con su índice derecho. Obedecí y subí los cuatro primeros escalones que nos conducían a la habitación; mientras me desabrochaba el abrigo, dejándolo boquiabierto y aún con el cierre abajo, acercó su nariz a la unión de mis piernas. Subí un escalón más, deshaciéndome del abrigo para entrar completamente por sus ojos: Brasier negro que asomaba mis oscuros y erectos pezones, tanga de encaje del mismo color, liguero y medias al muslo que terminaban en un tacón negro y puntiagudo.

Se apresuró a seguirme. Dejó su chamarra en el suelo al tiempo que me dejaba pintada su mano derecha en el trasero. Le sonreí llena de lujuria mientras que con la mano izquierda le recorría el falo que antes había tenido en mi boca. Torpemente se deshizo de su camisa. Yo hincada frente a él le ayudaba con los zapatos y aprovechaba para dejarle el pantalón en los tobillos. Lo escalaba resbalando mi boca por sus piernas. El admiraba el espectáculo desde arriba y notaba que su erección era tan dura que dolía. Me levanté de espaldas a Carlos, quien aprovecho para liberarme del sostén y sobar mis pechos. Se agachó para soltar los cuatro ganchos del liguero con los dientes; mientras lo observaba de pie, abrí el compás de mis piernas invitándolo a subir. Quitó la tanga de su lugar, para apreciar de frente el espectáculo que decidió recorrer con su lengua, encontrando el botón que me encendía, el cual recorrió una y otra vez, rodeando y chupando, provocando los gemidos más sinceros que Carlos jamás haya escuchado. Nos observaba a través del espejo del tocador; disfrutaba los gestos que sus caricias me provocaban; se veía poseer el cuerpo de su amante y le gustaba.

Estando en esa gloria, escuchamos el llamado de un teléfono. Carlos decidió no darle importancia y continuar disfrutándome, pero el teléfono seguía y yo me desvanecía. Se dio cuenta que no era el teléfono, sino el despertador en el buró de su cuarto gritándole que eran las cuatro de la mañana y tenía que levantarse para ir a trabajar.