Con la mirada despides al cuerpo que sale con los pies por delante. No puedes evitar la mueca en una de las comisuras de tus labios. Tranquila y con los ojos llorosos, preguntas la burocracia que procede a la muerte. Como fue infarto, se lo llevan directo a la funeraria, haga sus trámites tranquilamente. Ese fue el diagnóstico del medico, tu compadre, que estuvo con él antes del infarto. Empezó el dolor en el pecho y no tardaste en llamarlo. El decía que no era nada, pero esta vez no esperaste su aprobación. La cena terminaba cuando apareció el dolor. Enchiladas mineras, sus favoritas. No escatimabas tiempo en cumplirle sus antojos culinarios o de lo que fueran. Los hijos nunca llegaron, por lo que hacías todo para complacerlo. Cedías a sus tardanzas, a las ausencias repentinas. Justificabas su mal humor y sus agresiones verbales. No sabes lo que significa el maltrato sicológico, pero eso no te exime de haberlo padecido. Ningún esfuerzo tuyo fue suficiente para ser reconocido ni agradecido, al contrario: Si la casa estaba limpia, por qué el piso estaba tan resbaloso. Si hacía calor, por qué el agua fría no tenía hielos. Si hacía frio, por qué no estaba prendida la calefacción, por qué la ropa no estaba colgada por colores. Si te arreglabas para salir, siempre detectaba un defecto: Te ves muy blanca, ese peinado hace ver tu cara más grande y no me gusta, ese vestido es de hace mucho ¿No? Y tu no entendías que el dolor en la boca del estomago era el enojo que no reconocías y menos dejabas salir. Los cariños habían desaparecido hace varios años. Y de sexo, ni hablamos.
Empezaste a tomar té de tila cuando leíste que era bueno para los nervios. Te topaste con una revista en el salón donde te arreglan las uñas, como a él le gustan. Era una revista que parecía de hace cuarenta años, con las hojas amarillentas, arrugadas y manchadas. Educada, le pediste a la dueña que si te la vendía y en cambio te la regaló. Nadie pide nada, las revistas simplemente desaparecen como por arte de magia, dijo la mujer de aspecto entre exótico y corriente. Tú ya habías escuchado a alguien decir que el té de tila calma los nervios y esa revista llegó a tus manos un día después de haber pasado una noche sola. Se alargó la junta y no quiero manejar de madrugada, escuchaste por teléfono. No dormiste y con ojeras, tuviste que ir a tu cita con la manicurista. Té de ruda para la tos, y cargadito si se busca interrumpir la concepción. Te preguntaste que pasaría si tomas te de tila cargadito ¿Dormiré mucho?
Empezó a llegar de malas cada vez con mayor frecuencia. Un día le ofreciste té de tila con un chorrito de ron y lo aceptó. Entonces todas las noches le tenías preparado su té. Con el paso de los días empezaste a subirle a la tila. A ver qué pasa; y nada, no pasó nada. Seguías aumentando la tila del té y con el tiempo apareció un dolor de cabeza. Le echaste la culpa a su exceso de trabajo. Sus ausencias empezaron a ser menos y la puntualidad mejoró. A las ocho ya estaban cenando tranquilamente, aunque después del té de tila con ron empezaba a quejarse del dolor de cabeza.
Tu compadre llegó a los cinco minutos de tu llamada. Lo revisó minuciosamente. Presión y temperaturas normales, pulso normal pero su aspecto iba de picada. El medico decidió llamar a una ambulancia para dejarlo en observación. El cayó en un sueño profundo y tú fuiste a tu bolsa, sacaste una jeringa y la llenaste de aire, respiraste profundo y a la vena.
No puedes evitar la mueca en una de las comisuras de tus labios. Ya no tomarás más té de tila.
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