Tu mirada perpleja.
No puedes dejar de ver los cuerpos en la cama, remojados en su sangre después de cortarles el pescuezo.
Tu obra de arte. Ni una gota en el suelo, todo embebido por las sabanas, el colchon, la cobija.
Te fijas que el cobertor es de los buenos, de los caros.
Ves tu técnica perfeccionada.
Tanta excelencia te provocó hambre
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