jueves, 23 de septiembre de 2010

Que sea lunes o la persona de negro

Frida y yo dejamos de correr por las noches en octubre del dos mil ocho. El ruido de las sirenas la alteraba demasiado, ya que pasaban muy seguido durante nuestro trayecto. Casualmente cuando algún caballero se acercaba a decirme algún fino piropo, la policía no pasaba. Decidí que dejáramos de correr cuando fui testigo de cómo esperaban a alguien en una calle, de actitud rara. Se cambiaban de acera, daban vueltas y veían fijamente la casa de donde saldría o entraría el que fuera su objetivo. Para entonces las calles ya estaban solas desde antes de que anocheciera. Otros que corrían con sus perros hicieron lo mismo.
Para Junio del dos mil diez regresamos a correr; también lo hicieron los otros que al igual que nosotras, se guardaron en sus casas. Frida guardaba la misma fuerza que antes, como si no hubieran pasado veinte meses. En cambio su madre: Daba lástima de imaginar el ridículo que hacía una medio muerta corriendo detrás de la perra. Me faltaba el aire, a las tres cuadras de ir corriendo me empezaba a doler el bazo, las piernas me temblaban. En fin. Mi condición física era deplorable.
La primera noche de nuestro regreso a las calles, me di cuenta de algunos cambios. Había unos árboles sostenidos por cuerdas. Tuvieron la desdicha de estar entre una colisión de dos o más carros. En la esquina del centro escolar pusieron una banca para esperar el transporte colectivo. Había alumbrado público, inclusive las lámparas de adorno emitían luz. Tal vez el presidente municipal y su comisión de seguridad pensaron que con luz se irían los malos de la película.
Empezamos a correr pasadas las ocho de la noche, cuando los morros de la secundaria ya se hubieron ido a otro lado. Seguimos nuestra rutina de iniciar por el éste y terminar por el oeste. Para enfriar y estirar bajábamos la pendiente del centro escolar, generalmente corriendo, y la subíamos caminando lento, ya cansadas. Pasados cuatro días me di cuenta de que al regresar a casa, había una persona sentada en la banca. Me llamó la atención que vestía siempre de negro: Ropa deportiva y cachucha.
Después de la segunda semana, la persona de negro seguía estando en la banca cada que regresábamos de correr. A partir de entonces empezó a decirme buenas noches, y yo no tuve ningún empacho en contestar la cortesía con otro buenas noches. Así pasó una semana más, ahora con el deseo recíproco de buenas noches entre dos desconocidos.
Hasta ese momento no le había visto la cara a esta persona de negro. No sabía si era hombre o mujer, ni atinaba a encasillarle en un intervalo de edad. Fue entonces que me inquietó y quise saber todo. Como si mi vida no fuera suficiente, quise meterme en la de alguien más. Ya salía a correr con mi perra esperando el final del trayecto, para ver a la persona de negro y tratar de capturar algún rasgo que me permitiera esclarecer mis dudas que tenía respecto de su persona.
Cuando pronunció mi nombre casi me orino: Buenas noches Alejandra. Sentí que no controlaba el esfínter. Voltee y entonces pude verle solo el brillo de sus ojos amarillos. Contesté buenas noches y seguí mi camino acompañada de una taquicardia repentina. Fueron dos o tres segundos en los que solo vi sus ojos amarillos, como si debajo de la cachucha trajera pasamontañas. Las sombras no me permitieron verle la cara. O el miedo. Llegué a mi casa cuestionándome cómo es que esa persona sabe mi nombre. Entré y puse los seguros y vi que todas las ventanas y cortinas estuvieran bien cerradas. Ese día durmieron adentro todos los gatos y hasta Frida. El miedo me invadió. No recuerdo bien el clima de esa tarde, pero en la noche empezaron a soplar unos horribles vientos de Santana.
Me desvestí y me metí a bañar a oscuras, para que no se escuchara el ruido del extractor de aire que hay en el baño. En la sala estaba prendida la lámpara del techo que da poca luz.
Termine de bañarme y me puse la pijama. Obvié todo el proceso de hidratar mi pequeño y hermoso cuerpo con cremas: Para las piernas, para los pies, para el cuello, para la cara. Esa noche solo quería protegerme en mi cama debajo de mis cobijas.
Contrario a su costumbre, la perra y mis tres gatos durmieron en el suelo. Generalmente les gusta dormir en mi cama a los cuatro, abrazados todos de la perra, amueganados en mis piernas. Pero esa noche decidieron, por alguna extraña razón, dormir en el piso. Antes de apagar la luz, Mafalda, mi gata negra, se subió a mi cama. La vi en el esplendor de toda su negrura, resaltando fuerte sus grandes ojos amarillos. La piel se me erizó y me invadió un miedo terrible. Se subió a mis piernas y empezó a ronronear tan fuerte que despertó a los otros gatos. Por un momento pensé que despertaría a los vecinos. Mafalda solo ronroneaba para Frida, a mi nunca me hacía caso, no le interesaron nunca antes mis demostraciones de afecto. Por eso cuando la gata fijó su mirada en mi al tiempo que seguía ronroneando, me quise morir. Creo que me hipnotizó. La casa estaba en completo silencio, solo se escuchaban sus ronroneos y mis latidos. Pensé más fuerte en la persona de negro de ojos amarillos que sabe mi nombre. Me urgía que fuera el día siguiente para preguntarle cómo es que sabe mi nombre.
Esa noche no dormí pensando en la persona de negro. Nunca había sentido tanto miedo. Un montón de ideas macabras pasaron por mi mente. Si me ha estado siguiendo, desde cuándo, quién es y sobre todo, que quiere de mí, si yo no tengo ni en que caerme muerta, si supiera que con lo que tengo en mi cartera y la tarjeta de nomina no completo los diez pesos.
Al día siguiente procuré salir con Frida a correr a la misma hora. Quise ir a la banca para ver si la persona de negro ya estaba esperándome, pero me contuve e inicie a correr como siempre, por el este. Al ir de regreso y pasar frente a la banca, treinta minutos después, aún no aparecía la persona de negro. Bajamos la pendiente corriendo y la subimos caminando. Dos minutos después ahí estaba. Buenas noches, Alejandra. Buenas noches, contesté. Y me volví a paralizar. Seguí mi camino y entré corriendo a mi casa. Pasé otra noche sin dormir, con insomnio de miedo. Mañana sin falta salgo de dudas, me dije. No puedo pasarme la vida en vela.
Pero el día siguiente era sábado. Yo nunca salía a correr los sábados en la noche, tendría que esperar hasta el lunes. Ese fin de semana fue muy largo. Dormía de día, pues en las noches me daba mucho miedo. Ver a mi hermosa gata negra me petrificaba. Cuando entraba a la casa no me despegaba la vista. Su mirada fija, fría y penetrante me asustaba. Para tenerla contenta, le di una lata de atún el sábado y otra el domingo. Pero la fuerza de su mirada no disminuía. Me urgía que llegara el lunes en la noche para salir de mis dudas al respecto de la persona de negro. ¿Será un fantasma? ¿Será el genio de la lámpara que me quiere conceder un deseo? ¿Será Lucifer que viene a comprar mi alma?
                 Me urge que sea lunes.

3 comentarios:

El Konsejero dijo...

nomams!!!
cuándo es lunes???!!!

Berna Klein dijo...

Hoy es lunes! supongo que te quedaste igual que yo. . . todo el fin de semana me quedé pensando "quién será?. . . quién será?. . ."
Saludos dueña de El Blog.

Konman dijo...

ontás?
ya fue lunes!!!
cuenta!!!