Cuando lo vi me sentí Mrs. Robinson. Ahí estaba él sentado frente a mi escritorio, con su cara de niño inocente. Buenas tardes Licenciada, quisiera hacer mis prácticas profesionales aquí para aprender todo de Usted. No sé cuanto hace que no tenía contacto con una mirada inocente. No dejaba de admirar los libros que están detrás de mi silla. Sus hermosos ojos negros se hacían más grandes cada vez que veía los cuadros que enmarcaban mis reconocimientos colgados en la pared. El nudo de su corbata me dejaba adivinar que no la usaba con frecuencia. Mientras yo revisaba su currículo, él observaba los búhos de mi escritorio, la justicia y su balanza. La docencia ante todo, pensé mientras me afilaba los colmillos. Cuando alcé mi vista, su mirada estaba sobre mí. Creo que me sonrojé, pero de inmediato recobré la cordura. Sus labios rodeados de una barba tupida hacían más difícil que no perdiera yo la compostura. El hablaba de su futuro profesional, más con las manos que con otra cosa, y yo quería que sus dientes blancos me mordieran. Hablaba con las manos: sus dedos largos, blancos y hermosos llevaban el ritmo de su monologo. Mi corazón corría. El seguía hablando de juzgados, amparos, divorcios, y yo con mi cara de estúpida, oyendo sin oírlo.
Fijamos fechas, horarios y actividades de trabajo. Luego empezó la conversación amena: que si te gusta el café, el teatro, el cine, el tinto o la cerveza. Sonó un celular.
Llegaron por mí, licenciada; entonces nos vemos el lunes, muchas gracias.
Insisto: La docencia ante todo.