lunes, 22 de noviembre de 2010

Gustos y generos rotos

Entre desconocidos y en el segundo piso. Ahí estaba yo en el concierto de aniversario, vacío, de la Orquesta de Baja California, en el que el boleto más caro era de ciento cincuenta pesos. Yo compre el más barato, de cincuenta. Cuando aprecié el vacío de la sala, recordé lo abarrotado que estuvo el concierto de los Pica dientes de Caborca, música popular norteña donde el boleto más barato era de trescientos cincuenta pesos. El estadio de beisbol donde caben hasta cinco mil personas: Lleno.

Durante los primeros acordes de Planos, de Revueltas, cerré los ojos y respiré profundamente. Sentí cómo los músculos de mi cara se relajaban. También la frente, los pómulos y los maxilares deshicieron los nudos de estrés, gracias a la melodía de los violines, el clarinete y el contrabajo. La señora que estaba a mi lado me veía de reojo, yo relajada, casi acostada. Y ella respira hondo pero no se permite la licencia de liberarse y sentir la música.

Por un momento dejaron salir a mi papá del purgatorio para que me acompañara en el concierto. Lo encontré en su postura típica de cuando escuchaba ensimismado aquella estación de música clásica al lado izquierdo del cuadrante, con los ojos cerrados y una mano deteniéndole la frente. Terminaba El demonio de los dedos de luna y mi papá seguía conmigo. Nunca después de su muerte había llegado sin ser llamado ni con el pensamiento. Creo que la música lo evocó.

La sala lamentablemente llena, o vacía, en un cincuenta por ciento. Niños, jóvenes, adultos y viejos. Habíamos de todo. La primera vez que vi a Eduardo García Barrios, el director, fue en el concierto de la OBC y la Ballena de Jonás en el malecón. El hombre es horrible, pero me encanta. No sé qué me gusta más, si su voz ó sus manos, su metro noventa de estatura ó su delgadez cadavérica. Al final de El vuelo del abejorro abrí los ojos. Mi vista viajo al centro de la orquesta y sólo pude pensar en una cosa: ¿Quién chingados le corta el pelo a García Barrios?