Tenía que hacerlo. Me quedaba una embarradita de crema de día y a mis casi treinta y cinco años no me permito el lujo de andar por la vida sin crema en la cara. Podré no traer brasier, pero no usar crema, me lo prohíbo de manera tajante. Así que ahí voy, me armé de valor y tomé la decisión de ir a Tijuana un martes en la tarde. Es una deliciosa locura cuando no tiene una que hacerlo todos los días, pero mi sinceras condolencias a quienes van a diario a meterse en esas filas de autos con gente a un pelito de la histeria. Vías rápidas tan lentas que puede uno encontrarse conocidos de la prepa, de esos que no volviste a ver nunca, o presenciar el momento en el que el tipo del Jetta gris se saca los mocos. Me pregunto por qué hacen eso los hombres, hay de privacidades a privacidades, cada quien. Los indocumentados cruzan campantes la Ave. Internacional, sin temor de nadie de ocasionar accidentes. El olor a smog se hace presente cuando no lo tiene una a nariz a diario.
Todos lentamente y de prisa.
Cualquiera que sea el destino.
Avanzan los autos y la Tijuanense histérica hace su aparición. Hace casi cuatro años que no la veía. Me dio gusto saludarla, le di un caluroso abrazo y en el siguiente semáforo en rojo, se fue después de una profunda respiración.
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