Diez y nueve años, una adulta cualquiera. Nuestra amistad ya puede votar en las próximas elecciones; ha sobrevivido novios, amantes, amores, berrinches, divorcios, familias políticas, hijos kilómetros, mudanzas, mascotas y plantones. Los astros dicen que aries y capricornio no se pueden ver ni en pintura. En ésta ocasión se equivocaron, pues ésta aries y ésta capricornio se ven muy bien.
A los quince años el futuro no existe, solo la presión por pasar cálculo diferencial y compartir las respuestas, la preocupación por andar a la moda y por estar flaca. Detesta que grite mi edad a los cuatro vientos. Para mi no es tabú, para ella es una salvajada.
Íbamos todas en el mismo taxi: Fulana, Sutana, Mengana, Perengana, Equis, Ye, Aries y Capricornio. Entonces era una simple compañera que parecería una más, pero el libro de las vidas decía que no. Los Tigres del Norte a todo volumen formaban parte de la decoración del taxi, así como la estrella colgando del espejo retrovisor (llegando a casa tarareábamos que volvía Camelia). Al final del recorrido, era una besadera de despedida en plena tercera y constitución a las cinco de la tarde. Ahí se rompía una taza y se volvía a pegar al día siguiente a las seis treinta de la mañana, tal vez en el mismo taxi. Préstame tus lentes, le pedía mientras se merendaba su porción de verduras insípidas al salir de la escuela. Contra las manchas de la cara, justificaba. El frio nos impedía bajar las ventanas del auto, que iba tan lleno que los alientos de todos los viajeros quedaban en los vidrios, empañándolos, lo cual nos ponía de nervios a esa hora del día y con tanto tráfico en el bulevar. El chofer quitaba la humedad de manera que alcanzábamos a ver el atardecer muy bien, siempre y cuando no llegara el horario de verano.
Vivía en las faldas de un cerro que, diez y nueve años después encuentro pavimentado y con una alta plusvalía. Se veían carretas ir y venir, llevando y trayendo gentes y cosas. Raros eran los carros por ahí.
Así pasó la preparatoria y llego la absurda obligación de definir la vida cuando se es indiferente al mundo, sin tener la más remota idea de maldita la cosa. Tuve que predecir mi futuro incierto ante una secretaria ceñida en un traje sastre color guinda. Ocupo una ficha. Para qué carrera. La que usted quiera. Olvidé respirar por un momento. La mujer me miró desde su uniforme apretado y me recomendó que regresara una vez que lo hubiera pensado mejor. En ese instante me sentí liberada. Al salir del recinto mi mente se aclaró: Quiero vagar por el mundo. Al día siguiente todos sabían los pormenores de todos excepto yo. Diez años después llegaría la telefonía a mi casa.
Vagamos un año completo de martes a domingos, cuando en Tijuana se parrandeaba sin preocuparse de nada. Antros, conciertos y eventos. Ese verano la playa fue nuestra. Un sábado nos quedamos dormidas boca abajo por espacio de dos horas. Las cervezas se calentaron, pero llegaron unos quita-sed muy oportunos justo antes de irnos. Al día siguiente las espaldas de colores no toleraban un brasier ni un abrazo, aunque fuera con mucho cariño. Al final de ese año empezaron las distancias dictadas por los estudios, cada fin de semestre nos reencontrábamos para ponernos al tanto con las vidas y era como si nos hubiéramos visto ayer.
Llegaron los hombres con litros de lágrimas para cada una, lo cual nos hizo descubrir que teníamos hombros fuertes. Pasaron graduaciones y fotos del recuerdo, bodas y viajes. Los temas nunca terminan: El hombre nuevo, el trabajo nuevo, de qué color me pinto el pelo, cuál color para la habitación del bebé. A pesar de los caminos tan distintos siempre aparece una bifurcación que nos hace coincidir. Y si no la hubiere la inventamos, so pretexto de una taza de café a las 10 de la noche al final de la jornada. Cronos empieza a manifestarse, aunque nuestros pranas vayan en aumento; la flora intestinal está tan gastada como el cartílago de las rodillas. La vista ya se nos cansó y aún quedan muchas anécdotas de todos los sabores, pero con una taza de café saben mejor. Tengo claro que soy el duende al final del arcoíris.
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