(Si no ha leído la parte 1, busquela por ahi de febrero de éste 2011)
Pobre muchacho, a ver si no se lo come vivo la Licenciada. Es tremenda, no se le quita. La conozco desde que era así de chiquita, yo limpiaba la casa de sus papás desde que ella tenía como nueve años. Me acuerdo re bien cuando llegaba de la escuela con hartos ramos de flores silvestres que le daban sus novios. Sí, novios; ni creas que era de a uno, Jimenita. Si te digo que la Licenciada siempre fue bien tremenda. Pero si está re chula, pos de qué otra manera iba a ser. Cuando íbamos al mercado la gente me preguntaba por su nombre. Ya mas grandecita no me acompañaba, su papá no la dejaba salir mucho, decía que su hija no tenía por qué darse baños de pueblo. Por eso cuando supe que se casó con el doctor Domínguez, se me hizo bien raro. Tan feo y viejo él, y ella en su mera juventud. Pero a mí se me hace que es medio bruja, ya ves que quedó viuda re joven. Si tiene mucha suerte, y no nomás con los hombres. Cuántos guapotes no han pasado por aquí. Y ella los corre. Yo al primero que me regalara esos ramos de rosas, le decía que si.
¿Te acuerdas, Jimenita, del muchacho que le regaló el anillo de piedras verdes? Tan varonil y tan formal él. Llorando salió de aquí un día que la licenciada estaba ocupada con uno de sus alumnos. A ver cómo le va a éste muchacho, pobrecito, si parece recién salido del cascarón.
Martina: Dedíquese a limpiar, no a platicar.